sábado, 18 de agosto de 2007

Para siempre

Aquella tarde llegó temprano a su casa, ya no tenía la necesidad de quedarse en el trabajo hasta última hora .Al entrar tuvo la sensación de encontrarse en otro lugar, diarios viejos, platos sucios, polvo y papeles tirados traslucían en la atmósfera un aire de abandono.Caminó hacia su cuarto con paso ciego y se detuvo ante la puerta destartalada.Su habitación estaba más desordenada aún que el resto de la casa y sobre la cama estaba ella, dormida, las sábanas dejaban entrever sus piernas y pensó en acercársele y robarle unos momentos de amor, pero unas manchas de sangre seca a su alrededor lo frenaron.
—Mierda, dijo.
Hacía tres meses que la conocía, se encontraron por casualidad en el bar que frecuentaba; estaba sentado en la barra conversando con el barman cuando sintió una mirada quemándole la espalda. Tenía unos 30 años, alta y delgada como una espiga, algo simple tal vez para sus gustos (le gustaban las mujeres con sobrepeso, algo groseras, con aire de matronas, pechos tambaleantes como gelatinas), pero ella estaba allí y era peor que nada, cualquier cosa era preferible a irse solo a su casa.Se le acercó y le preguntó su nombre. Vivian. Alguna vez había conocido a otra Vivian, pero era gordísima y con una boca capaz de zambullirse en lo más profundo de su ser.Sonrió al recordarla y sintió un cosquilleo en el vientre.Empezaron a conversar ante la mirada indiscreta de quien atendía la barra,el que de a ratos soltaba unas risitas hipócritas y confidentes. Ella le contó cosas de su vida, su trabajo, gustos, el motivo por el cual se encontraba en ese bar en donde casi todas las mujeres parecían desagradables y putas; le dijo que se sentía sola, perdida, vacía.Él miraba sus ojos negros de animal herido, sus delgados y casi inexistentes labios, sus pechos, sus piernas y le importaban un carajo todos sus problemas. Luego sintió una sensación de vértigo y algo que le quemaba el estómago, el recuerdo de la gorda lo había afectado.
—Ya es hora, le dijo.
A eso de las tres de la mañana salieron del bar, ella de manera enérgica no paraba de hablar; hubiera querido ponerle un tapón en la boca.Fingía interesarse por todo cuanto ella decía, cuando realmente en lo único que pensaba era en esa quemazón que ahora recorría de arriba a abajo todo su cuerpo.La llevó a su casa, luego a su cuarto y ella se dejó llevar sin decir palabra.Fue algo rápido, con no más sobresaltos que los gritos de ella y los espasmos de él.
—¡Fue un buen polvo! le dijo mintiendo, y ella asintió sin más.
Desde ese día regresó cada noche, y cada noche se repitió la misma escena.Le jodía su voz, su cuerpo, su vida, sin embargo siguieron juntos; le parecía vana, hueca, pero no podía estar sin ella. La esperaba desde que la veía partir en la mañana, la añoraba en el trabajo y al llegar a su casa en la tarde.No hacía más que pensar en su regreso y en su anoréxica y lastimera figura; no podía soportar su ausencia ni un par de horas.Y comenzó a desvariar entre un universo abstracto y otro real y el miedo al abandono, a quedarse solo y sin ella lo fueron torturando cada vez más.
Vivian llegó más tarde que nunca esa noche, y él había pensado que no regresaría.Cuando se abrió la puerta y la vió entrar,se puso a llorar desconsoladamente.Hicieron el amor como nunca antes lo habían hecho y se dió cuenta entonces de que la amaba, sin dudas amaba a esa mujer que conocía hacía tres meses.
En la madrugada se despertó sudando, los miedos volvían a él como herencia.Nadó en la oscuridad de su cerebro y esa necesidad de no ser abandonado lo obsesionaba, tambaleaba en un mar de dudas, sintió que iba a reventar, que le faltaba el aire,que se ahogaba y ya no pudo controlarse; tenía que retenerla para siempre…
Y ahora ella estaba ahí, sobre su cama, tan tranquila como siempre, era temprano todavía.Empezó a tirar los papeles y demás cachivaches que cubrían casi todo el suelo, barrió cada rincón de la casa. El sol entraba fuertemente por las ventanas llenándolo todo con su luz, y ella continuaba allí sobre la cama; se sintió feliz, la quemazón había pasado junto con esa sensación de desamparo y miedo…
— ¡Desde hoy todo será diferente!, se dijo.
Mientras, el olor que salía del cuerpo de Vivian ,empezaba a invadir con sus garras toda la casa.

martes, 14 de agosto de 2007

Los celos

-¿Qué te parece si invitamos a cenar a Marta y a Mario?
La pregunta híbrida de Elena tomó por sorpresa a Roberto.Ella estaba en el dormitorio, y él, sentado en el sofá del living, no podía verla. ¿Había preguntado con naturalidad, sin darle importancia, o acaso premeditaba algo?
Aunque faltaban todavía dos semanas, les gustaba preparar su cena de aniversario con antelación para que se convirtiese en una efeméride especial, y en los cuatro años que llevaban de casados jamás habían invitado a nadie, puesto que era una ocasión exclusiva e íntima para los dos con fantasías en ebullición.Durante los últimos años no habían gozado de buenas amistades con las que compartir el evento.Gradualmente se habían ido quedando solos, se aislaron socialmente. Un poco por comodidad y otro poco por desinterés habían ido descuidando a la barra de juglares de la juventud. No les agradaba salir de su confortable refugio cotidiano para hablar una y otra vez de las mismas vaciedades de siempre. Sus conocidos seguían estancados en bromas antiguas y no demostraban tener ningún interés en temas de actualidad limitándose simplemente a comentar el fútbol del domingo o a criticar a viejos vecinos. Elena y Roberto, no pretendían nada extraordinario, ningún prodigio, sólo un poco de conversación adulta de vez en cuando y como no eran personas abiertas a conocer gente nueva, cuando les presentaban a alguien, o coincidían forzosamente con otros en cualquier reunión, se limitaban a ser corteses, pero sin entreabrir jamás esa puerta que permite que vuelvan a llamarte, a invitarte e intimar, o lo que es aún peor, a que los demás se auto inviten e invadan tus espacios y costumbres.Pero meses atrás habían conocido a Marta y a Mario con gustos y aficiones parecidas a las de ellos. A Roberto le encantaba la idea de que asistiesen a la cena, sobre todo quería ver a Marta, pero no lo podía reconocer abiertamente delante de su esposa y cuando ésta lo sugirió, se limitó a murmurar una afirmación inconsistente.
Roberto conoció a Mario en su trabajo y desde el primer momento quedó gratamente impresionado. Él era una persona de trato exquisito. En la oficina era eficiente y siempre estaba de buen humor, dispuesto a ayudar a cualquiera; simpático y ocurrente nunca cruzaba la frontera para convertirse en un molesto chistoso. Tenía además un aspecto agradable que le daba un aire relajado a todo lo que hablaba o hacía. Pronto comprobaron ambos que eran muy parecidos en casi todo y comenzaron a congeniar, salían juntos a tomar café y cada vez que se cruzaban en los pasillos se paraban un rato a charlar. Un día Mario le presentó a su esposa, Marta, que había pasado por la oficina a saludarlo. Era bellísima.Tenía el pelo corto, moreno, no era muy alta y sí deliciosamente proporcionada. Vestía jeans y una camisa roja ceñida y su rostro era de un encanto tan sencillo y natural que desarmó a Roberto y lo dejó hipnotizado. No aparentaba ser sofisticada, no llevaba maquillaje ni joyas.Roberto se preguntó si una persona tan bella podría llevar una vida normal, porque él estaba seguro de que, con esa cara, esa manera de moverse, tan libre, tan juvenil, tan sexy podía hacer lo que quisiera, desde enamorar a reyes y emperadores hasta transformar a un guapo en cobarde o destruir a medio mundo si le viniera en gana. A él ya había empezado a destruirlo…
El haber conocido a Marta hizo que Roberto quisiera reforzar su amistad con Mario.Por primera vez en mucho tiempo podía mantener una conversación con alguien sin sentirse forzado o incómodo, pero por sobre todo, deseaba volver a encontrar a la mujer de su amigo.No se la podía quitar de la cabeza. Así, una noche, salió a tomar algo con su esposa y se las ingenió para coincidir “casualmente” con la pareja en el bar donde sabía que iban a estar. Era el segundo encuentro con ella y parecía aún más hermosa. Tras las correspondientes presentaciones a Elena, comenzó lo que se convirtió en una maravillosa velada regada con buen vino.A los cinco minutos ya reían como viejos amigos, eran cuatro espíritus mancomunados que se encontraban descubriendo aficiones comunes. Roberto, feliz, se pasó la noche como un sabueso, mirando a los ojos de su reciente amiga Marta.Lo que no imaginó es que esa madrugada, su mujer soñó con Mario. Si a él le había gustado Marta, a Elena la había encandilado Mario.Ella nunca había sido una mujer interesada en otros hombres, ni se le había pasado por la cabeza mirar a otros, ni siquiera como curiosidad o para seguir las bromas de sus antiguas amigas. Mario había estado muy atento toda la noche con ella, pendiente de que no le faltara nada y que no quedase fuera de la conversación en ningún momento. Su personalidad le atrajo, y su físico aún más. Aunque su rostro era agudo y sus facciones marcadas, los ojos caídos y melancólicos le restaban rudeza y le añadían una pincelada de ternura. Poseía una elegancia serena que irradiaba bienestar en torno a él. Y Elena, un poco achispada por el alcohol, no podía dejar de mirarle el trasero cuando se levantaba para ir a la barra a pedir más bebidas. En el sueño de aquella noche su subconsciente fue un poco más lejos…
A partir de aquella ocasión, tanto Roberto como Elena buscaron excusas para verse con sus nuevos y deseados amigos. Comenzaron a salir, en contra de sus antiguas costumbres, varias noches por semana, y a merodear por los bares que frecuentaban Marta y Mario hasta que los localizaban. Pronto se consolidó la unión entre los cuatro.
Con el pasar de los años, la comunicación entre Elena y Roberto había seguido una línea descendente sin interrupción que les llevaba a un punto en el que hablaban lo indispensable para no perderse el respeto o para guardar las formas. Quedaron atrás los primeros tiempos, cuando eran la envidia de todos, siempre los dos juntos, enfrascados en conversaciones íntimas, indiferentes al universo que los rodeaba. Se seguían queriendo y se habían habituado a la convivencia, se deslizaban sobre ella confortablemente, pero sin los altibajos que la hacen jugosa y fructífera. No podían recordar la última vez que habían hablado de ellos mismos, de sus ilusiones, de sus intereses o de sus miedos. Ya ni se les pasaba por la cabeza emprender nuevos retos juntos, descubrir músicas fascinantes, sabores embriagadores o viajes encantados. Ya ni siquiera discutían. Por eso, estos nuevos hábitos en su, hasta ahora, aburrida vida social, empezaban a preocupar a Roberto. Se preguntaba si su esposa habría notado ese súbito interés que él mostraba por Marta. A veces, estando en el bar, hasta él mismo se sorprendía mirando embelesado durante largo rato los hombros desnudos de ella y se avergonzaba de no haber prestado atención a lo que se hablaba; o cuando salían a caminar los cuatro, él siempre procuraba situarse junto a Marta.Estaba casi convencido de que esos detalles tan burdos no podían habérsele pasado por alto a su mujer. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Elena no reparaba en absoluto en lo que hacía su marido. Bastante trabajo tenía ella con que no se le notara su ansia por estar junto a Mario y al igual que una colegiala ilusa con su primer amor, le parecía reconocerlo en cualquier hombre que se le acercaba por la calle. Un pellizco le oprimía el estómago hasta que descubría que no era quien soñaba, pero ya no podía evitar que el resto del día sus pensamientos estuviesen dedicados a él.
La vida de ambos fue llenándose de nuevos detalles. Elena comenzó a comprarse ropa interior más moderna y provocativa. Aunque sabía que su idolatrado Mario no iba a saberlo, ella se sentía mucho más segura y confiada, incluso comprobaba que en las conversaciones, era como si las sugerentes y minúsculas tangas le otorgasen alas liberadoras, y se aventuraba mucho más en sus juegos de seducción.Por su parte, Roberto, se anotó en un gimnasio y se excusaba ante su mujer, suspirando aliviado al ver que ella no indagaba demasiado en las verdaderas causas de ese súbito interés suyo por el spinning, los bancos de abdominales o los aparatos de step. Tampoco Elena manifestaba curiosidad cuando Roberto llegaba a casa y bebía unos extraños brebajes de avena, condimentaba ensaladas de algas o tragaba comprimidos de hígado de pescado.
Era indudable que la compañía de Marta y Mario los estimulaba en todos los sentidos.La actividad sexual mejoró considerablemente entre ellos. En los últimos meses, a partir de las salidas nocturnas, llegaban a su casa y se enmarañaban en juegos eróticos inusuales para ellos, con la avidez propia de una pareja de recién casados. Claro que ambos ignoraban que la mente de su respectivo cónyuge estaba pensando en otra persona.
Sin embargo, los plácidos y encantadores días que se auguraban a sí mismos en compañía de Marta y Mario se nublaron con la aparición de Patricia.
Patricia se mudó justo al lado del piso de sus amigos. Era una joven española, estudiante de Historia del Arte aunque, según fueron enterándose después, esto no era más que un simple pretexto, puesto que la verdadera razón de su viaje era superar la muerte de sus padres en un accidente de tránsito y poner un poco de distancia entre ella y el resto de la familia, con la que no estaba muy bien avenida. Todavía no tenía amistades en la ciudad y Marta y Mario, sin consultarlo con Elena y Roberto, se ofrecieron encantados a invitarla a salir con ellos. Patricia parecía diseñada para gustar a todo el mundo. Era alta y rubia (pese a su hispanidad), con una larga melena lisa, y tenía los ojos claros, todo lo que la convertía en una criatura bastante atractiva, aunque con una belleza que, al no ser exuberante ni llamativa, gustaba a los hombres y no molestaba a las mujeres. Se sorprendía, o aparentaba sorpresa y rubor, cuando alguien le mencionaba su encanto. Era desenvuelta, natural, simpática, hablaba con todos, su suave acento embelesaba a cuantos la oían y a todos escuchaba con atención. Una noche, Marta y Mario se la presentaron a Elena y a Roberto y se unió al grupo que habían formado las dos parejas, aunque estos últimos, tras la obligada cortesía inicial, la aceptaron no de muy buen grado. No deseaban que nadie se interpusiera entre los cuatro. ¿Para qué hacía falta otra persona? Ahora venía una intrusa a estropearlo todo.Este recelo fue alimentando un descontento mayor a medida que Patricia iba ganándose la confianza de Marta y de Mario. Ya no podían disfrutar a gusto de sus amigos, siempre estaba ella de por medio. Cuando Elena trataba de mantener esas charlas “especiales” con Mario, éste hacía participar a Patricia de la conversación, y a los pocos minutos terminaban ellos dos hablando emocionados y Elena pasaba a un segundo plano hasta casi desaparecer. Mario ya sólo tenía ojos para Patricia. Marta también había sucumbido al hechizo de ella, y le solicitaba continuamente su opinión sobre cuadros o esculturas, lo que impedía a Roberto explayarse a solas con su amiga e intentar deslumbrarla, con su profunda y cínica visión del mundo. Incluso alguna vez que Patricia acaparaba a Marta y a Mario a la vez, se habían quedado los dos esposos desplazados al mismo tiempo, viéndose obligados a forzar algún dialogo entre ellos, algo a lo que ya no estaban acostumbrados. En esos incómodos momentos, sin ellos saberlo, los unía la misma rabia que iba naciendo en sus entrañas y luego lanzaban a través de las miradas que dirigían de vez en cuando a Patricia.
Los días fueron pasando con odiosa monotonía. Se había acabado la ilusión y Elena y Roberto se acicalaban sin demasiado esmero, sin esperar nada de los encuentros con Marta y Mario, nada que no fuese la insoportable y omnipresente Patricia, abarcándolo todo.
Cuando faltaban algunos días para la cena de aniversario, decidieron invitarlos. Cada uno estaba convencido en su fuero interno, de que sería una ocasión excelente para recuperar los vínculos perdidos con sus codiciados amigos y lograrían deshacerse, siquiera por unas horas, de la fastidiosa Patricia. Les volvió a nacer un atisbo de esperanza y dedicaron su esfuerzo a conseguir una velada del agrado de sus platónicos amantes.
Elena se ocupó durante varios días de elegir un menú original y exótico con el que sorprender a Mario y adquirió los desacostumbrados ingredientes en la delicatessen más exclusiva de la ciudad, siempre con la inquietud de que, en cualquier momento, Roberto le preguntara el motivo de tamaño despilfarro; pero su marido sólo se dedicó a visitar como un loco todas las bodegas intentando descubrir los vinos más exquisitos y costosos con los que apabullar a Marta. Sonó el teléfono y cuando Roberto lo atendió, Mario le dijo que Patricia también iba a acompañarlos en la comida de esa noche. Roberto, doliente, ya no pudo continuar oyendo las palabras que salían del auricular.Sólo escuchaba un murmullo confuso que le golpeaba las sienes al ritmo de los latidos de su corazón. De pronto, los deseos, las expectativas y los anhelos depositados en esa noche se desvanecieron. En lo más hondo de su ser se había abierto una herida y un doloroso odio hacia Patricia empezaba a consumirlo. Sin fuerzas ni argumentos para rebatir a Mario, colgó el tubo y trató de recomponerse para darle la noticia a Elena. Cuando ésta lo supo, apretó los dientes y sin decir nada se limitó a seguir eligiendo música para ambientar la cena. El mal humor fue creciendo en ambos, y sin hablar fueron colocando la mesa, las sillas y los cubiertos con gesto serio y ademanes bruscos. Roberto se pasó un buen rato agachado intentando arreglar sin éxito un enchufe; consiguió así que las piernas se le agarrotaran y se dió un fuerte golpe en el hombro con una estantería al levantarse refunfuñando para atender el timbre que había sonado.
Era Patricia que aburrida en su casa, había decidido adelantarse para ayudar.Sin preguntar lo que tenía que hacer, con su habitual desenvoltura, empezó a modificar la disposición de los cubiertos y las copas, ante la mirada estupefacta de Elena que llevaba todo el día dedicada a ello. Después se metió en la cocina y comenzó a husmear y a remover el contenido de las cacerolas y sartenes. Elena no daba crédito a lo que veía. Al igual que a su marido, le había brotado una angustia profunda en su interior, producto de la envidia y la ira contenida. Respiró profundamente porque notaba que le faltaba el aire y el corazón le latía agitadamente. Una hora después llegaron Marta y Mario impecablemente vestidos para la ocasión, pero a Roberto y a Elena ahora les molestaba que fuesen tan atractivos, pues hacía más grande el tormento de no poder disfrutar de ellos a solas.
La cena resultaba extraña, con unos invitados alegres y desenvueltos, y unos anfitriones callados, tensos, a punto de reventar. Roberto movía nerviosamente una pierna golpeando la pata de la mesa y Elena no pudo evitar derramar su copa de vino.Al final de la interminable noche, Marta y Mario se despidieron afectuosamente, pero Patricia se ofreció para quedarse a limpiar y recolocar los muebles que se habían movido. Roberto y Elena, con un abatido gesto la dejaron en el living y se fueron al dormitorio por un momento.Desde allí escucharon un gemido y un fuerte golpe; corrieron hacia donde estaba Patricia y la vieron en el suelo, agitándose convulsivamente, parecía que se asfixiaba; su mano derecha estaba negra, quemada, aferrada a un enchufe roto desde donde asomaban los cables pelados que Roberto no había podido arreglar.Un olor a neumático quemado invadía el ambiente.
Elena y Roberto se quedaron de pie, quietos, mirando cómo Patricia se encogía y se estiraba.
-Deberíamos ayudarla –dijo Roberto.
-Sí, deberíamos –dijo Elena.

lunes, 6 de agosto de 2007

Un diente en la jaula


Che loco ¿vite ahí en Contitución, ahí a la vuelta de la estación de trene?, hay un bolichito, un barsucho con una jaula que tiene adentro a un par de Vírgene, al San Jorge y al Gauchito Gil. Ésos están encerrado, los choborra no. Va, yo qué sé quien está más pescado que quién. Y el bar vite, está piola porque vende pancho, chori, cervecita y otras boludece más. Y te digo cerveza, no te digo birra porque eso es de cheto mal parido que se quieren hacer los pajero usando esa palabra. Y los boludo no se dan cuenta que la palabra vale por quién la dice, ¿me entendé gil? Vite, si yo digo "birra" la gente enseguida dice "uh qué negro de mierda", pero si la dice un rico es "re copado, re cheto". Vite, porque éstos putean igual que vos, pero la guita loco, la guita vale, te da el derecho de decir lo que a tu culo se le cante. Y el culo canta, el culo canta lo que quiere y como quiere. Y vo te cagá de risa cuando los escuchá a esos cheto decir boludece. ¿Te acordá de la Mirta Legrand y del mierda carajo? Uh loco, fue gracioso y un escándalo pa la tele. Pero vite, la Mirta lo dijo con glamur y hasta es un halago pa la oreja, loco, porque lo dijo la Legrand y la Legrand tiene buena chapa. Pero nosotro sí que somo mal educado, ignorante, porque la mala palabra es cosa de negro en la boca de uno. Ah, pero que se vayan bien a la concha de su madre toda esa mierda con perfume a Chanel.
Encima vite, el boliche es barato, por unos mango comé bien, te hacé una buena panza, sin importar qué mierda ingerí; si total despué en el ñoba largás todo de una. Y los fine de semana a la noche, morfá ahí y despué te cruzá a lo bailongo de enfrente. Al Bronco o al Radio Estudio que la tiene más grande. Bailá un par de cumbia, unas cachaca y listo, ya llega el amanecer y te volvé a tu rancho, y si no tené gana, volvé al barsucho a comerte una hamburguesa, un panchito con frita o seguí chupando lo que venga. Y la pasá bien porque siempre te enganchá a algún boludo que te garpa todo, hasta los escavio y gomitada en las vereda. Yo soy de esas tipa que si no le pagan no ¿vite?, grati está el aire. Aparte, hay cada mamarracho que vos ni en pedo salí, salvo que el pedo te lo garpe él. Ahí sí, sabé cómo entro de cabeza a la pileta. Y si tiene buena guita como a principio de mes, le damo al polvex también, a los de veinte minuto nomá, porque los largo tienen otro precio. Y más bien que despué ponga pa el viaje de vuelta, en bondi o en tassi si los pajero de los colectivero están de paro. Ah sí, porque a vece estos forro se cuelgan y te dejan esperando. Y bueno loco, hay tassi también. Uh, pero a vece vite, te toca cada viejo hincha pelota, que apena subí y ya están con el tango por las bola. Una sale de bailar cumbia loco, quiere cumbia y meta cumbia. El tango no, no pega con la cumbia. Eso no fiera, eso no es música. El corazón palpita con los cumbiero. Y bueno loco, pero el tassista meta tango y uno se aburre, se desespera, tiene gana de llorar. La mano derecha se te empieza a hinchar con los recuerdo de mierda que con el alcohol brotan al toque. Porque al principio la pasá bien, te cagá de risa hasta que te empezá a deprimir. Vo te la queré cortar pero no, hay que volver enterita al rancho porque hay que seguir laburando. Te tené que hacer cargo de las cagada que te mandá, vite. No podé llegar a tu casa y decirle a la vieja, que es más puta que vo, mirá tiré la mano derecha porque me hacía recordar. Uno siente porque es un ser humano y no una piedra vite, entonce uno piensa en lo que hace y te dan gana de llorar y llorá, la Moria lo dijo. No loco, hay que meterse la mano en el culo y no decir nada. Tené que fruncirlo, cerrar bien el ojete. De última vas al quiosquito del barrio y te comprá un porro o una cerveza y te olvidá por un tiempo de todo. Te juntá con los muchacho y a la mierda con todo. La vida sigue y los escavio también. Hay que joder, hacer partuza y cogerte al mundo. Mi amiga siempre lo dice, el mundo no te tiene que coger, vo tené que cogerte al mundo. Y brindamo por eso, seguimo con el pedo hasta que en algún momento te quebrá y te va o te llevan arrastrando al buzón a apolillar.
Pero bueno, el barsucho este que te digo está en Contitución y está pintado de amarillo y rojo. Y hace un tiempo, entre los borracho había un viejo choto que andaba con una pelota número cinco debajo del sobaco. Pelota de fútbol eh, de esas de cuero. El pobre estaba entrado en año y hecho mierda. Dicen que de pibe tenía buen porte, pero de eso ya no quedaban rastro. La cuestión es que me contaron que este tipo andaba así porque una vez leyó un cuento donde se comparaba a las mina con la pelota, y el viejo éste, a falta de mujere, se tuvo que conformar con la pelota. La llevaba a todas parte. La acariciaba, le daba beso, le ofrecía vino, le limpiaba la cara. No hablaba, nada el chabón, pero vite loco, la capocha no le funcionaba bien al fiera ese. Dicen que esperaba jugar su último partido. Y el guacho lo jugó y jugó vario. Se enganchó con un equipo de veterano y no paraba de meter gole. De taquito, de remate, de todo tipo. Y eso es la ciencia loco, la puta ciencia que hace maravilla; y el viagra, el viejo respiraba y sonreía gracia al viagra. Hasta que un día la trola de mi amiga se enteró y pum adentro. La turra se lo llevó al telito de la cuadra y le dejó patear un penal. Pasa que le daba pena verlo con la pelotita colgando. Uno lo veía así todo un pollito, pero las putas de las dominicana, cuando iban al bar, largaban todo sobre el viejo y las goleada que se mandaba. Eso sí, el viejo tenía que garpar porque ninguna mina se le acercaba si no era por unos mango. Pero bueno, mi amiga no contó lo mismo. Pasa que el tan viejo no pudo, no embocó teniendo el arco libre. Y vite, mi amiga tenía que cobrarle el partido y el forro no quería garpar porque no había jugado, decía. Y loco, mi amiga es una laburante como cualquiera. Como el obrero o como el gerente de un banco. Llega el momento de cobrar y ella quiere cobrar tanto como el obrero o el gerente. Y el viejo puto que no, que no y que no. Que no jugó y punto. Y la trola se encabró y lo agarró del cogote y le dijo "Mirá viejo de mierda, o me pagás o te rompo las pelotas". El pobre no aguantó y se cagó encima en serio. Una baranda tremenda, loco. No sé, parece que se había comido unos chori y tomado unos vinito en el bar. Pero Dios mío, peor que la cagada de un bebé o un borracho bien en pedo. No, ni te imaginá. Qué asco. Mi amiga no lo soportó, agarró sus cosa y salió a tomar aire puro, el de la calle. Y cuando salió, se fue derecho al barsucho, donde yo estaba. Pobre, estaba destruida. Pidió unas cerveza y empezó a largar el rollo. Fue tremendo escucharla, un dolor te salía del pecho. Loco, una es laburante y quiere cobrar. Y no es que uno pone el cuerpo y listo. No loco, hay que seducir, hay que calentarle los motores a los chongos y eso consume tiempo y neurona. Sí loco, hay que pensar, y eso es todo un arte que no cualquiera lo hace. Vo capá que decí sí, es re fácil y hasta yo lo puedo hacer, pero no loco. Y ni hablar de la inversión en ropa, maquillaje y esas boludece que no son tan boluda. Si uno tuviera que considerar todo eso, el precio sería otro y bastante careta por cierto. Pero bueno, hay que adecuarse a la situación, vite. Y la trola lloraba, tomaba y gomitaba su discurso. Y a vo se te partía el alma al escuchar su voz tan angustiosa. Y mientra hacía su número, los choborra del bar se cagaban de risa. Se burlaban del viejo, de su penal y de su cagada. Y mi amiga lloraba todavía mucho más. Nada la consolaba, ni siquiera el diente de oro que le había afanado al viejo. Ojo que la tipa no es chorra, es laburante. Y el diente es parte del trabajo. Lo traía mascando como si fuera un chicle; yo pensé que era eso y le pedí uno. No, me dice, es el diente del puto ese. La guacha se lo engatusó cuando se iba y lo mascaba para ver si era de dieciocho quilate y no como el oro de mierda y berreta que venden los negro eso que están con el paragüita y las cadenita, arito, anillito y pulserita. Pero bueno, el diente estaba en la mesita y algo tenía que salvar, loco. La honra por lo meno, la honra de la profesión, vite. El resto vaya y pase, pero la ética y la moral ante todo. Eso es la "Honra" con mayúscula y entrecomilla. Puta no, laburante sí. Puta y chorra son las dominicana, esas que te muestran la mercadería y punto. Una no, una en cambio trabaja, no sólo mueve el culo y las teta. Hay que saber vender con la capocha, ofrecer la mercadería sin regalarse por unos mango. Eso se llama laburar decentemente, ganarse el chori diario con sacrificio y honra sobre todo. Y bueno, entonce estábamo ahí y en eso viene el viejo, así todo serio y con el culo paspado moviéndolo sobre las gamba que hacían pasito corto, como cuando te meá o cagá en la calle y tené que volver a tu casa así, con la vergüenza de que todo el mundo te observa y te putea o se burla. Entonce se acerca a nosotra y la mira a ella, vite. Y ni bien entró el pajero ese, todos los que estaban en el bar cerraron bien el orto. Se lo cocieron con el hilo y la aguja de matambre. Y entonce agarra y le dice: "dame el diente". Mi amiga, no, a ella nadie la basurea ni la acusa de nada. "¿Qué decís viejo pelotudo?" "Que me des el diente que me robaste putita". "Primero yo no soy chorra, segundo no soy putita y tercero, no tengo tu diente". Y los do casi se van a las piña si no era porque los paramo, vite. La honra, eso es la honra, el tener las mano limpia de sangre. Que te las ensucié con la grasa de un chori no es nada, pero con la sangre no, eso sí que no. Pero lo peor de todo vite, era que el viejo no contaba lo del penal. Y te da bronca, porque el turro se hacía el muy macho para pedir su diente de mierda, pero cerraba el ojete y no largaba nada sobre el partido. Y entonce ahí con el bar entero nos acoplamos a mi amiga. Loco, la amistad no se larga nunca y vo tené que ir hasta el final. Y el viejo no, no quería irse sin su diente. Y el guacho se fue a buchonearle al yuta de la esquina. Y entonce agarra el rati y se ríe. Se caga de risa. Pero el viejo insistió tanto, que el yuta hijo de puta vino, mostró su chapa y sacó a la calle a mi amiga para chamullar sobre el asunto. Ni que fuera delincuente se trata así una dama. Sacarla a la calle de esa manera no es de hombre, es de cana reprimido y pajero. Sí de esos que tienen una pistola y la usan porque no pueden usar la otra, la de carne. Y el viejo dale que su diente y su puto diente. Y mi amiga no, que ella no tenía el diente. Pero el viejo se seguía guardando bien en el culo lo del penal. Hasta que el rati le preguntó cómo se lo robó. Y con el bar estábamo escuchando todo y nos empezamo a cagar de risa. El viejo se hacía el pelotudo, y se puso rojo no como un tomate sino como un semáforo. Y se cagó encima de vuelta. Y uh, no sabé. No, era impresionante. El pajero del yuta se fue a la mierda, rajó para la esquina con arcada. Mi amiga entró con náusea al barsucho. Y los que esperábamo adentro nos cagábamo de risa, no de mierda como el viejo. Y el pobre choto entró al bolichito a los grito. Que lo que cagó era lo que comió ahí y estábamo comiendo nosotro, que el penal lo erró por culpa de no se qué y que algún día todos vamo a estar en el mismo lugar que él. Y ahí se hizo un silencio de la puta madre. Nos miramo y bajamo la mirada al piso. Igual nos reíamo, pa nosotro era una joda bárbara. Pero el viejo conchudo tenía razón, algún día todo vamo a llegar. Pero qué mierda importa, si todavía falta mucho y eso es cosa de hombre vencido por los año. Y el viejo se fue con su pelotita colgando, desinflada y sin vida. Había pateado mal el penal y bueno, no pudo embocar en la cajeta y que se joda, que se vaya a cagar a otro lado, o que aprenda a no cagarse en público.
Y el diente, ese puto diente está ahí en la jaula junto con la pelota número cinco del viejo que encontraron al día siguiente, tirada a un par de cuadra. Y el diente se tuvo que quedar loco, semejante sacrificio merecía un lugar entre los santo. Entonce vo si pasá por el barsucho, lo ve en la jaula rodeado por las Vírgene, el San Jorge y el Gauchito Gil. A mi amiga le costó dejarlo, pasa que no tenía guita con qué pagar por culpa del viejo pajero, que no le había garpado un sope. Y lo tuvo que dejar con mucho dolor, loco. Y el diente de oro entonce está ahí, intercediendo por todo y por cada uno de nosotro. Mi amiga no podía quedarse en la jaula y el viejo tampoco, pero algo había que dejar en conmemoración de ese día. Un signo, una señal, cualquier pelotudé. Y no quedó otra que entregar el diente, el puto diente de oro. Pero mirá que no lo dejó por voluntad propia sino porque no tenía otra opción y el dueño del bar no aceptaba ni fiado ni otro tipo de pago. Y los choborra estuvieron mal, vite, no largaron ni un mango pa salvar a la trola. Y bueno, a lo mejor Dios lo quería así. Los grande predicadore dicen que hay que dar hasta que duela, y la trola lo hizo. Y el viejo también, sino le habrá dolido perder su diente y su último partido.