jueves, 31 de mayo de 2007

El Teléfono

“Cinco grados bajo cero, se pronostica alerta meteorológica para esta madrugada, fuertes tormentas de nieve azotarán la ciudad…” Apagó el televisor.
El gélido invierno, no lograba atemperar la sangre que bullía por sus venas, caldeando sus huesos, músculos, órganos, cerebro, hasta dejarlo turbado.
Se recostó en el sillón, frente al hogar; una brisa que filtraba vaya a saber de que recóndita ventana, agitó la llama hasta apagar el fuego; mejor, la transpiración ya había cubierto todo su cuerpo transformándolo en una masa resbaladiza y maloliente, gotas de sudor ácido corrían por su rostro desencajado.
En la habitación, sólo la tenue luz de ese día gris chusmeaba entre las cortinas. Sus ninfas, en eróticas coreografías bailaban, lamían su cuello, su frente y se habrían de piernas, en una sensual danza clásica sobre su vientre distendido por la pantagruélica cena que, de a ratos, le daba unas nauseas inmundas dejándole un gusto amargo en la boca.
Ahora debía mitigar el otro apetito, el que siempre saciaba de la misma forma, el que también le dejaba un gusto amargo, ¿nunca existiría otra posibilidad?, ¿cómo sería hacer el amor con una mujer?
El teléfono lo esperaba como una hembra de ébano abierta a sus más bajos instintos. Su mano húmeda y temblorosa se resistía a ese final, pero era tal la excitación que el oxígeno apenas rozaba sus alvéolos, haciéndolo sentir enfermo. Tomó el auricular, marcó el número de memoria. El “hola”, una vez más, le abrió el camino al cielo, una erección rápida y dolorosa le arrancó un gemido, las palabras licenciosas, obscenas penetraron directo a su sistema límbico; cerró los ojos y antes que pueda llegar a tocarse, como siempre, su sexo erupcionó abruptamente en un desparramo de simiente sobre sus piernas contraídas; el teléfono cayó al piso, la voz de turno seguía ensimismada en su lujurioso discurso; por la comisura de su boca corrió una baba pegajosa, le dio asco, quiso limpiarse, pero la orden no salía de su cerebro que recién registraba el postorgasmo.
Y quedó ahí, tendido por horas, con sus doscientos treinta kilos desparramados en el único sillón de la casa que lo podía contener.

El Debut

Mi vieja decía: -En esto tenés futuro, por ahí te pasa como en El lado oscuro del corazón y se te enamora un poeta -a lo cual contesté: -¡Poeta!, ¡quiero un multimillonario!, no soy boluda, además, te tengo que mantener a vos, o ¿te olvidabas? Y me vine solita a Buenos Aires, hice mis conexiones, y aquí me ven aprendiendo de lo que creí que sabía todo. Tengo que confesar que estoy un poco nerviosa; ¡no, no soy virgen!, tengo dieciocho años y tuve alrededor de… no sé, treinta novios, pero con todos lo hice “por amor” o al menos a ninguno le cobré, ¿cómo será esto de que te paguen por dar placer? ¿se sentirá igual? -Hacé todo lo que sepas, el cliente se tiene que ir satisfecho, por supuesto, de acuerdo a lo que paga -me dijo la madame- y ahí me mandó una lista de precios y servicios, que ya no me acuerdo nada. La vieja; una genia, de la vida, la cama y de hacer gozar a los hombres sabe todo. -Tenés buen lomo -me decía- mientras me tocaba por todas partes. Me tiró algunos datos de poses, como mirar, donde acariciar, que me resultaron interesantes, lo mío no era de libro y dijo: -Vos, creo que sabés más de lo que parece, ya me van a chusmear, cualquier cosa después hablamos ¡a trabajar! Quedé sola en una habitación con un teléfono, algunos espejos en las paredes, unos preservativos y un baby doll rojo y unos zapatos taco aguja de película porno; me miré al espejo, la verdad, buen lomo, unas piernas espectaculares, no me gustan mucho mis tobillos, pero ¿quién me los va a mirar con las gomas que tengo? Me empezó a quemar la cabeza, ¿cómo será mi primer cliente?, viejos no me gustan, tampoco muy pendejos, estaría bueno una mezcla de Brad Pitt, Leonardo Di Caprio y David Beckham… una carcajada retumbó en la habitación mezclándose con el timbre del teléfono que empezó a sonar, ¿serán ellos?; atendí: -Ahí va uno, completo, ya sabés, buena suerte y ¡a gozar mamita! Me senté en la cama con mis piernas cruzadas, dejando ver la mínima tanga, bajé más el baby doll hasta dejar la mitad de mis pezones a la vista, puse cara gatuna, los brazos estirados hacia atrás y la espalda tan curva, que me dolía. Golpearon, aclaré la voz y dije: -Pasá, amor; la vieja me había dicho, que nunca pregunte el nombre, siempre llamalos vida, cariño, a ellos les gusta el anonimato, además te podes equivocar y nombrar algún viejo amigo.
Se abrió la puerta… y ahí frente a mí, apenas a dos metros de distancia, estaba el hombre, mi primer cliente. Se elevaba a escasos noventa centímetros del piso, un enano, sí, como los de circo, cabezón, brazo corto, mirándome con la boca entreabierta y babeante, los ojos desorbitados. En tendí todo en un segundo, me estaban haciendo pagar el derecho de piso y no arrugué, cambié de inmediato mi cara de asombro por la de gato caro. Se acercó y sentada lo empecé a acariciar y sacarle la ropa; el hombre estaba muy bien armado, demasiado diría yo, incluso comparándolo con otros mortales normales; eso me sobreexcitó, cerré los ojos y el enano fue una mezcla de Brad, Leo y David, me tiró en la cama y la verdad sabía más que todos los hombres que conocí hasta ahora. Mis orgasmos se multiplicaban hasta volverme loca, no hice absolutamente nada, se dedicó a hacerme gozar, es más, hasta le hubiera pagado yo. Cuando quedamos extenuados en la cama le encajé un beso de agradecimiento, el pobre no entendía nada.
Se fue y me quedé dormida. Las campanadas de una iglesia me despertaron. Me levanté y me miré al espejo, ¡qué debut!, lástima que el enano haya sido producto de un excitante ensueño. Mi cara distendida y mi cuerpo húmedo y agitado delataban una noche lujuriosa que recién culminaba, las campanas volvieron a sonar, me puse la ropa de novicia y salí corriendo, ya estaba llegando tarde a misa.

martes, 22 de mayo de 2007

El abanico

Las aspas del ventilador movían un aire pesado en esa hora en que la tarde estalla en colores vivos previos al crepúsculo. Y esa luz caía sobre su cuerpo adormecido formando destellos en la superficie húmeda.
Se movió. Abrió los ojos y un calor líquido le abrasó la piel. Un ruido llamó su atención y se incorporó; el movimiento hizo que la bata se deslizara dejando al descubierto un hombro y sin saber por qué, se lamió la piel, un estremecimiento la recorrió y, decidida, se dirigió al cajón donde lo guardaba.
Lo sacó de entre sus pliegues de papel de seda y de inmediato se aromó en su fragancia penetrante. Una vez más se quedó maravillada contemplando la intrincada belleza de la filigrana de sándalo.
Se paró frente al espejo y jugó con el abanico semiabierto sobre los labios, bésame.
Lo abrió y escondió sus ojos detrás, te amo.
No, eso no es cierto, sólo te deseo, pensó.
Miró su reflejo, la vestidura a medias abierta dejaba ver el hombro, un pezón oscuro y erguido, la suave curva de su cadera, los rizos negros de su sexo. De un golpe cerró el abanico y con la punta tiró de la bata que cayó silenciosa a sus pies. Inclinó la cabeza al tiempo que lo abría y lentamente recorrió su cuerpo dejando trazos fragantes y el deseo a flor de piel.
Y cerró los ojos y te convocó con su pensamiento y acudiste a darle cálida sustancia a los haces de madera, y el abanico fue tu lengua bailando en su sexo y tus manos salvajes dejando tu marca.
Y en esa pequeña muerte que es la arrasadora culminación de la pasión ella sintió que ya es hora de verte.

lunes, 21 de mayo de 2007

Millie

Millie se miró en el vidrio de la puerta de entrada del aparthotel. Se acomodó el jean destacando sus caderas un poco más, bajó la blusa para que sus sintéticas tetas salieran generosamente, sonrió para sí misma sin importarle que el viejo de traje parado en el lobby la observara libidinosamente, y, con decisión, entró.
Cuando pidió las llaves de la habitación trescientos ocho, el joven conserje la comió con los ojos mientras le informaba que un caballero ya estaba allí esperándola.
Giró hacia el ascensor, y dentro de sí misma, explotó una carcajada. Si se demoraba un momento más para tomarlo, tendría que pedir un quirófano para sacar los ojos del muchacho de sus nalgas… y mientras la puerta se cerraba, lo miró provocativamente, pasándose la lengua por los labios perfectamente pintados y dejándola sólo un instante afuera, simplemente para gozar del efecto que sabía provocaba, pero quería reconfirmar. Él se sonrojó.
_­­­­­­­­­­­­Como todos, pensó. Un mirón…
Ya frente a la habitación, golpeó la puerta con firmeza. Raf la abrió acomodándose su melena por reflejo.
Millie le dió un beso húmedo en la boca, le acarició la cabeza y tiró su cartera en una silla mientras se sacaba las sandalias dejando sus pies al desnudo y sacudía su pelo sensualmente desordenado por el viento que tuvo que enfrentar en las dos cuadras que recorrió desde el colectivo al hotel y lo miró sumisa y agresivamente a la vez.Mientras, el televisor dejaba oír las voces archiconocidas de los personajes de Los Simpson.
Raf le contó que había salido antes del trabajo para esperarla.Estaba incómodo, de golpe tomó conciencia que había dado un gran paso y ahora no sabía como proceder con el hembrón que tenía enfrente, evidentemente decidida a todo.No pensó que aceptaría una cita con él.Se aproximó y la miró sonriendo. La besó. Un beso suave, húmedo, incitante, al que Millie respondió con todo su cuerpo, entregada y deseosa. Le quitó la blusa y se percató de que no tenía corpiño. Mientras la besaba y acariciaba, ella hacía lo propio con su joven y firme aunque tembloroso efebo; y pronto el temblor se transformó en fiereza, en una contienda silenciosa de cuerpos entregados y sin aire.
Quedaron enredados, el abrazo se transformó en una mezcla de piernas, bocas, humedades que iban creciendo y ganas que se dejaban hacer.A un ritmo intenso pero suave, Millie podía sentir cada milímetro del sexo de Raf entrar y salir de su cuerpo volviéndola loca. Acariciaba con las uñas el pecho lampiño, con la boca los brazos fuertes aunque delgados, con los ojos ese rostro de niño travieso que por fin se había soltado. Lo separó suavemente de sí y sin que Raf pudiera siquiera sospecharlo, empezó a besar su sexo, a lamerlo lentamente; lengua, dientes, saliva, todo en la boca, mientras lo acariciaba con ambas manos, como a un cachorro manso, sin dejar que se escape de sus labios esa parte tan íntima, esa piel tan joven, suave y caliente que se inflamaba y contenía, ante los mordiscos y las quejas gustosas. Raf se sentía en el paraíso, jamás había tenido esa sensación.
Cuando abruptamente, Millie se puso boca abajo, él pareció enloquecer. Esas nalgas eran su obsesión y las fue lamiendo lentamente hasta hacerlas sacudir de ganas.Ella no podía ver la cara de su amante, pero si sentir sus manos bajar desde su cuello, donde la besaba y lamía, hasta su espalda y se fue acomodando para empezar a sacudirse en espasmos frenéticos y placenteros, explotando en un gemido gutural, mientras seguía moviéndose suavemente para sentirlo más y dejarse llevar también por sus propios goces.
Un “no puedo creerlo” fue lo único que escuchó del muchacho mientras, completamente exhausta, se levantaba para ir a la ducha.Cuando salió se quedaron fumando y hablando de tonterías…
_No te enojás si te digo que te tenés que ir porque vienen mis viejos?
_Pero no, nene, no te inquietes, entiendo… no me imaginaba saliendo a caminar y cenando juntos… pensarían que llevo a mi hijo de paseo…
Cuarenta y ocho años.Hembra y secretos íntimos e insospechados. No estaba mal permitirse una cita con pendejos de vez en cuando. Respiró satisfecha.Mientras enfilaba hacia la puerta supo que no volvería a verlo y se alejó del lugar con la certeza de que pronto otro inexperto pajero imberbe caería en su telaraña…